Me llamo Twist, y soy un buscador de secretos en las ciudades que visito. Hoy os traigo una fábula que se desarrolla en el corazón de Santiago de Compostela, en un lugar donde lo antiguo y lo moderno se entrelazan: el Parque de Santo Domingo de Bonaval. Este parque, con sus muros de esquisto y su historia rica en contrastes, esconde un misterio que me propuse desentrañar.
El Susurro de los Muros
Una tarde nublada, mientras paseaba por el parque, me detuve frente a uno de los muros de esquisto que delimitan los distintos niveles del terreno. Había algo en la textura de la piedra que parecía contar una historia. Me acerqué más, y al tocarla, sentí un leve susurro, como si las piedras quisieran hablar. Intrigado, decidí seguir el rastro de este susurro, que me llevó a un rincón del parque donde el tiempo parecía haberse detenido.
En este rincón, las sombras de los árboles danzaban al ritmo del viento, y el aire estaba impregnado de un aroma a historia antigua. Me senté en un banco cercano, cerré los ojos y dejé que mi mente se sumergiera en el murmullo de las piedras. Fue entonces cuando una visión se presentó ante mí: un monje dominico, con su hábito blanco y negro, caminaba por el parque, deteniéndose de vez en cuando para observar el horizonte.
El monje parecía buscar algo, o quizás a alguien. Su mirada era intensa, y sus pasos, aunque lentos, eran decididos. Me levanté del banco y, como si fuera un espectador invisible, comencé a seguirlo. El monje se detuvo frente a un árbol centenario, cuyas raíces se entrelazaban con las piedras del muro. Allí, sacó un pequeño pergamino de su hábito y lo escondió entre las raíces.
El Secreto del Pergamino
Con el corazón latiendo de emoción, me acerqué al árbol y, con cuidado, desenterré el pergamino. Al abrirlo, descubrí que contenía un mapa del parque, pero no era un mapa cualquiera. Este mostraba un camino oculto, un sendero que solo podía ser visto por aquellos que conocían el secreto de las piedras de esquisto.
Decidido a seguir el mapa, comencé mi recorrido por el sendero oculto. A medida que avanzaba, el parque se transformaba ante mis ojos. Los muros de esquisto, que antes parecían simples delimitaciones, ahora se alzaban como guardianes de un mundo antiguo. Cada paso que daba me acercaba más al corazón del misterio que el monje había dejado atrás.
El sendero me llevó a una pequeña colina, desde donde se podía ver el convento de Santo Domingo y el Centro Gallego de Arte Contemporáneo. Desde allí, la vista era impresionante, y comprendí que el monje había elegido este lugar por una razón. En ese momento, el susurro de las piedras se hizo más fuerte, y una voz antigua resonó en mi mente: El pasado y el presente se encuentran aquí, en el equilibrio de lo que fue y lo que será.
El Legado de Bonaval
Con estas palabras resonando en mi interior, comprendí el verdadero significado del enigma. El parque de Santo Domingo de Bonaval no era solo un lugar de descanso y contemplación, sino un puente entre épocas, un espacio donde lo antiguo y lo moderno coexistían en armonía. El monje había dejado su legado en forma de un mapa, no para ser descubierto, sino para ser comprendido.
Regresé al árbol centenario y volví a esconder el pergamino entre sus raíces, sabiendo que algún día, otro buscador de secretos lo encontraría y continuaría la historia. Mientras me alejaba, el susurro de las piedras se desvaneció, pero su mensaje permaneció conmigo: El verdadero misterio no está en lo que se ve, sino en lo que se siente.
Así concluye mi fábula en el parque de Santo Domingo de Bonaval, un lugar donde los secretos del pasado y las promesas del futuro se entrelazan en un abrazo eterno. Espero que os haya gustado esta historia y que os animéis a acompañarme en futuras aventuras, donde juntos desentrañaremos los secretos que las ciudades guardan celosamente.
Hasta la próxima, amigos.
Soy Twist, el cronista de secretos.